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Mi primera pintada de dedo en Alemania

Yo quiero un ipad pro. Mejor dicho, yo estoy obsesionada con tener un ipad pro. Según yo, tener una herramienta chingona va a asegurarme de que voy a hacer cosas chingonas. ¿Pensamiento irracional consumista? Seguramente. Pero ese no es el punto. El punto es que yo necesitaba asegurarme de que la madre esa valiera cada centavo de los casi 1500 euros que me iba a costar, así que me moría de ganas de ir a tocarle con mis propias manos, después de haber visto miles de videos en youtube de personas disfrutando su tablita de plástico metaloso.

Fui al Saturn de Alexanderplatz, que es el que me queda más cerca. Subí al tercer piso, yendo directamente a la zona donde están todos los productos de apple. Llegué, y estuve un rato probando varias cosas como el teclado, la pluma, el mousepad, viendo cuánto pesaba, etc. Mientras estaba en mi pedo, un señor de unos 45 años, white male, rapado, alto y grande, me dijo en alemán 'Oye, yo también lo quiero usar'. Le dije que sí, qué bueno, pero que se esperara, porque yo estaba también probándolo. Se quedó parado al lado mío, moviéndose ruidosamente, limpiándose la garganta, y haciendo evidente que quería usar el ipad. Yo aún no terminaba de probarlo, y me pareció agresivo que llegara y me pidiera que dejara de usar lo que claramente está para todos. Mientras seguía en la prueba, Fernando me marcó. Contesté y le dije que llegara lo más pronto posible, pues habíamos quedado de vernos ahí. Colgué, y el hombre me volvió a decir que llevaba mucho tiempo esperando, esta vez en inglés, y le dije que si, que ya lo había visto, pero que todavía no terminaba de probar el producto, especialmente si iba a gastar tanto dinero en ello. Fernando y yo seguimos probándolo, y el hombre seguía al lado de nosotros, queriendo hacer evidente que le urgía el ipad. Nosotros seguimos en lo nuestro.

Llegó un encargado de la tienda, otro white male pero ahora de unos 20 años, a decirme que si por favor ya podía dejar el ipad y darle oportunidad al señor. Le explicamos Fer y yo que el vato podía esperar, que nosotros estábamos tomando la decisión, cuando el hombre grande comenzó a gritar que ya llevaba 20 minutos esperando (no llevaba ni 10), y que ya me había dicho dos veces que me quitara. Fernando intentó razonar con él, diciéndole que estábamos a punto de hacer una compra fuerte, y que necesitábamos revisar el ipad. El hombre grande se molestó y, entre gritos y ademanes, me hizo la seña de que me metiera el dedo.

En Alemania, esta seña es motivo de multa, es considerada ilegal. Yo he tenido mucho cuidado de no hacerla a ningún extraño porque sé que me puede meter en problemas. Pero este hombre se sintió con todo el derecho del mundo de hacerlo, porque yo estaba acaparando el juguete que él quería, el cual está disponible para todos, pensando que con sólo decirme que me quitara, yo lo iba a obedecer. Verlo ahí todo indefenso, sin argumentos para justificar su comportamiento, soltando la patada de ahogado que es pintar el dedo, comenzando a alejarse de la zona reconociendo su derrota, me dio bastante risa. Solté la carcajada mientras lo veía a los ojos directamente, él con su dedo medio al aire, queriendo claramente ofenderme, y yo sin poderme aguantar lo patético que se veía en toda esta situación. Pude ver la ira en sus ojos, el fuego incandescente de su desesperación de ignorante, lo cual hizo que regresara y me dijera que no iba a ser tan chistoso si me hacía algo. Ahí fue cuando Fernando se puso entre el hombre grande y yo, tratándole de explicar la situación, y el hombre grande gritándole que todo era mi culpa por no soltar el ipad. El encargado de la tienda le decía a Fernando que debían de mantener las cosas civiles, mientras el hombre grande seguía muy enojado, y yo sólo intentaba destrabarme de la aglomeración de sentimientos y sensaciones por las cuales estaba pasando. El hombre grande terminó yéndose, y nosotros también.

Seguimos en la tienda viendo otras cosas, pero yo me sentía mal. Quería llorar, vomitar, correr, y esconderme, porque según yo entendí que el hombre grande le dijo a Fernando que nos iba a esperar abajo, afuera de la tienda. Fer me aseguró que no fue eso lo que dijo, pero yo no sabía si lo decía para que me tranquilizara. Ya al salir no pasó nada, pero yo seguía sin poder creer lo que había pasado.

Quería estar en mi casa. Quería estar en un lugar donde estuviera segura, donde no hubiera gente que cree tener más derechos que yo. No hay manera de poder asegurarlo, y nunca lo vamos a saber, pero creo que él pensó que por ser mujer, o por ser morena (claramente extranjera), o por ambas dos, yo tenía que dejarlo a él hacer lo que él quería. Pero no quiero vivir en un mundo donde las oportunidades y los recursos estén repartidos de acuerdo a tu género, color de piel, nacionalidad, estatus, o preferencias. Me rehuso a formar parte de este sistema de poder donde el hombre blanco se siga sintiendo con el completo derecho de tener tales comportamientos, de exigir atención especial de todos sólo por tener pene y tener piel blanca. No repetiré patrones de conducta donde me deje pisotear cuando yo sé perfectamente quién soy, los derechos que tengo, y el suelo en el que me paro. No quiero eso para mí, ni quiero eso para nadie. Y si tengo que seguir recibiendo pintadas de dedo, seguiré soltando risotadas de irreverencia, seguiré reseñando semblantes de personas que se sienten profundamente ofendidas por mis carcajadas desobedientes, seguiré disfrutando al ver cómo tengo todo el poder sobre esas mentes desesperadas que rechazan el cambio a una sociedad donde tu color de piel no designa tus derechos, y seguiré con mi terquedad de luchar por una comunidad donde todos entendamos que cada quien tiene que esperar por su puto turno a la hora de estar probando productos electrónicos carísimos que no necesitamos.

Elba Quintero