Escritora.
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Escribir acerca de lo que tengo que escribir

El terror que me provoca la potencial pérdida del maravilloso efecto que el café tiene en mi estado consciente me dio el valor y el empuje necesario para ponerme a escribir. El calor de estos últimos días (y por calor me refiero a más de 30 grados centígrados) me ha hecho perder la cabeza. Tengo muy pocos momentos de tranquilidad al día cuando hace calor, y me acabo de salir de uno de ellos para venirme a escribir. La computadora tampoco está contenta con la situación, lo puedo interpretar gracias al ardor que distinguen las puntas de mis dedos al tocar las teclas. Ahora tengo dos razones para hacer esto a contra reloj.

Mi extravagante momento de tranquilidad se dio mientras estaba sentada en el sofá de mi casa en pijama, tomando agua con hielos –después de haberme tomado un cold brew que yo misma preparé–, leyendo el último libro que llegó a mis manos: Walking in Berlin, a flaneur in the capital, de Franz Hessel. La portada me cautivó, y la verdad no puse mucha resistencia.

Hessel fue un escritor alemán de finales de 1800 que nació y creció en Berlín. Después de haber vivido en París, y de haberse vuelto un conocedor de la mitología citadina parisina, regresó a Berlín, y escribió Spazieren in Berlin, una serie de crónicas que describen la ciudad a principios de 1900. Yo, con el enamoramiento irracional que me cargo, he disfrutado este libro profundamente. Sólo llevo pocas páginas absorbiendo la proyección que Hessel hace de tan icónica época, reconociendo nombres de calles, estilos arquitectónicos, actitudes típicas de la gente berlinesa, y maravillándome de una metrópoli que aún no había sido completamente quebrantada por la segunda guerra mundial ni por la separación que un muro vino a encarnar.

Naturalmente, me pregunto cómo serán mis crónicas. Yo no puedo hablar de los círculos más altos, ni de las fiestas, ni de tours recibidos por arquitectos, ni de la manera en la que la ciudad ha desarrollado ciertas zonas para actividades industriales específicas. Aún no llevo tanto tiempo aquí como para hacerlo. Sin embargo, reconozco que mi visión de mujer migrante le da un punto de vista particular. Podría escribir una crónica del camino que sigo de aquí a la estación de Alexanderplatz –un camino que dura 4 minutos–, o una descripción del Monbijou Park en sábado a medio día, o una caminata por ambos lados del Landwehrkanal, o de la única vez que he salido de fiesta con mis ex-colegas de trabajo. Siento que tengo mucho que escribir, pero tengo aún más un sentimiento descomunal de procastinar como si mi vida dependiera de eso. Es absurdo cómo prefiero escribir acerca de que tengo que escribir, en vez de escribir lo que quiero escribir.

Además, no sólo me siento inspirada por Hessel, sino también por Hanna Arendt, Audre Lorde, Toni Morrison, y –de manera abismal, probablemente porque es el único libro que estoy leyendo en mi idioma natal– Alejandra Pizarnik. ¿Qué es una escritora sino un cúmulo de todos los libros que se ha leído?

El efecto del café, tristemente, se ha esfumado. Volveré a mi búsqueda incesante de sentido de la realidad a través de las palabras, pero, en vez de estarlas generando, las estaré absorbiendo. Ahora le toca a Arendt seguirme explicando acerca de la revolución.

Elba Quintero