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El océano y la historia nos separa

Aquí nos tienen en confinamiento oficial desde noviembre del año pasado. Cerraron escuelas, gimnasios, museos, teatros, tiendas que no fueran de primera necesidad y bibliotecas. Los restaurantes sólo pueden dar comida para llevar – está completamente prohibido comer en un radio de 50 metros a la redonda, so pena de multa para el restaurant.
Allá no quisieron parar la economía. Algunos establecimientos cambiaron sus horarios de atención, pero a quienes restringieron acceso y movimiento fue a las personas mayores de 60 años, y eso sólo sucedió por unas semanas. Las escuelas cerraron, pasando a un modelo de estudio on-line para el cual nadie estaba preparado. Los restaurantes siguen abiertos.

Aquí nos obligan a usar mascarillas especiales en lugares cerrados, incluyendo el transporte público. Sólo pueden ser las de tipo ‘operatorio’, no se permite que sean sólo pedazos de tela random. La distancia obligada es de 1.5 metros, con señalamientos en el piso donde es posible. Las multas empiezan en los 50 €, y pueden ir hasta los 1000 €.
Allá se sugiere el uso de mascarilla, pero no hay nadie que se encargue de verificar que esto se cumpla. El transporte público sigue normal. Se sugiere también guardar ‘su sana distancia’ y se implementaron nuevas medidas de limpieza.

Aquí se ofrecieron préstamos para negocios y freelancers, dinero que se les depositó directo a las cuentas bancarias. El dinero tardó bastante en llegar, pero llegó. En dos tandas. Las personas sin empleo están recibiendo su seguro. Las rentas se congelaron. El estado destinó una cantidad de dinero para evitar que las personas se quedaran sin comer.
Allá cada quien se rasca con sus propias uñas. Si no trabajas no comes. Se detuvieron los pagos del seguro de desempleo. No hay garantía de que puedas salir adelante.

Aquí las fronteras se cerraron. Si quieres entrar al país –incluso por tierra– tienes que demostrar con un examen que estás limpio. Los vuelos se restringieron. Durante el segundo confinamiento se prohibió la movilización fuera de un radio de 15km fuera de tu domicilio oficial. Tuvimos que salir cargando nuestro anmeldung, para demostrar dónde vivíamos.
Allá los vuelos continuaron como si nada, tanto dentro del país como fuera. ¿Cerrar las fronteras? Qué idea más tonta.

Aquí los hospitales nunca llegaron al 100% de saturados. Se creó un centro especial con camas de terapia intensiva que no se llenó. Los exámenes estaban a la orden del día, y el personal de salud tenía las herramientas necesarias para asegurar su protección.
Allá no se dan abasto. Los hospitales se ven obligados a rechazar pacientes. El personal de salud está exhausto, sin poder tener acceso a los recursos más básicos para poder hacer su trabajo correctamente.

Aquí se quejan de que su libertad está siendo restringida. “Mi cuerpo, mi decisión” para justificar el no usar mascarilla. Salen a las calles para exigir que se relajen las reglas, que se levante el confinamiento, que se les permita regresar a la normalidad.
Allá no tienen qué comer, así que no es importante si tienen que usar un trapo en la boca o no.

Aquí es primer mundo, lo cual da por supuesto que la sociedad tiene un nivel más avanzado. Esto se pudo lograr sólo gracias al pasado colonialista, a robar los recursos de otros pueblos, a arrazar con la riqueza de otros lugares para transformarla en opresión y dominio que les permite marcar territorio y personas como propiedad privada.
Allá crecieron con la perturbación de ser pueblos colonizados. Ser aniquilados en el sentido más fundamental de la palabra, dejarles sin nada para después explotarlos y hacerles entrar al sistema creado por el invasor para que puedan tener acceso a la mínima cantidad de recursos posibles, para que el supuesto dueño de las tierras tenga aún más riqueza de la que ya tiene, y que nunca se va a poder acabar.

No es difícil identificar las diferencias. Esta desigualdad de acceso a los recursos hizo visible la capacidad de respuesta a la pandemia. El territorio donde nacimos no debería de ser factor para poder sobrevivir o para morir. Las decisiones y acciones que fueron tomadas por los gobiernos al momento de elegir por y para el pueblo están condicionadas por la responsabilidad comunitaria que se tiene en los territorios supuestamente soberanos. Los seres humanos nos merecemos una vida digna en cualquier lugar del mundo. Nadie sabe cómo controlar una pandemia, pero las personas que están en posiciones de poder tienen (o deberían tener) la capacidad de tomar decisiones que mejoren a la comunidad, no que las acerque más a la muerte por elegir la continuación del sistema económico por encima de la salud.

Elba Quintero