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Frutas, flores, salsa y polen

Hemos por fin logrado establecer una rutina que nos favorece. Cada sábado nos levantamos a la hora que queramos – que últimamente esa hora ha sido antes de las nueve de la mañana, resultado de una combinación entre “ya nos acostumbramos a despertarnos temprano por levantarnos a las 7.30 entre semana para trabajar, sad face”, “es verano, el sol sale a las cuatro y media de la mañana, el mismo cuerpo nos pide aprovechar la luz que lentamente se nos arrebatará en invierno”, y “supongo que es cierto eso de que al envejecer te levantas más temprano”. De cualquier manera, le he agarrado cariño a esto de tener más tiempo para nosotros.

Cada sábado vamos al mercadito que se pone en Hackescher Markt, donde vamos a comprar frutas y flores. Intentamos llegar temprano para alcanzar a obtener las mejores mercancías. Mi meta real es poder escoger las flores más lindas que haya, pero no siempre encuentro algo que me logre convencer. Me da tristeza regresar a mi casa sin flores que adornen mi home office. Y en cuanto a las frutas es igual: agandallar lo más chido disponible.

El puesto de frutas es un negocio familiar. El que supongo es el padre de la mayoría de los que nos atienden, ya nos ubica a Fernando y a mí. Nos saluda, y cada vez que compramos más de 20 euros, nos regala algo para comer en el camino. Quién iba a pensar que llevar mi bolsa de mandado al mercado iba a ser algo que me diera felicidad. Creo que es porque me hace sentir como adulta responsable, algo que he pretendido ser desde hace apenas un par de años.

Una pareja de gente mayor son los que atienden el puesto de las flores. La primera vez que les compramos mercancía, el señor nos envolvió las flores en el clásico papel gris – en Alemania te envuelven las flores en papel ¿? –, y le ofrecimos el dinero para pagarle. Nos dijo “No tengo permitido manejar dinero, por favor arréglense con ella” señalando a quien asumimos era su pareja. Nos reímos los cuatro juntos, y ahí fue donde se dio el chispazo. Eso fue ya hace más de 10 meses, y todos los miembros de ese puesto nos han hecho reír de una manera u otra. Todavía me parece extraño que los alemanes hagan chistes, pero yo acepto cualquier broma con tal de hacerme sentirme más como en casa.

Una vez que hemos conseguido los básicos – frutas y flores –, regresamos a la casa a dejar lo que compramos, y nos vamos al super. Tenemos que ir al Edeka de Alexa porque ahí venden productos específicos que no encontramos en ningún otro lugar: tortillas de harina de excelente calidad, y salsas mexicanas de la costeña. Debido a que ese super está en un mall gigante, va mucha más gente, lo cual reduce nuestras posibilidades de encontrar los productos que buscamos. Pero no nos rendimos. Cada sábado estamos ahí con la esperanza de encontrar salsas. Diría que un 50% de las veces encontramos lo deseado. Es una probabilidad bastante baja, pero aún así tomo el riesgo. Cualquier salsa lo vale.

El sábado también es día de hacer el aseo. Fernando aspira y yo limpio superficies. Hemos resultado bastante alérgicos a Berlín, sobre todo cuando el polen está en su punto máximo. Debido al calor tenemos que abrir todas nuestras ventanas de par en par, lo cual invita a demasiados litros de polen a acomodarse en nuestra casa. Regularmente aspiramos los sábados, pero en semanas de ataque polinizador tenemos que hacerlo también entre semana. Si no lo hacemos, nos duele la cabeza, estornudamos sin sentido, amanecemos con la garganta lastimada, y nuestros ojos lloran. Simplemente no estamos hechos para reaccionar ante este medio ambiente. Una alusión más a que no somos de aquí.

La cuarentena nos ha dado permiso de aceptarnos como personas que son felices en la comodidad de su hogar. Todavía siento un poco de culpabilidad al estar en mi casa cuando afuera el clima está en su mejor punto, y no sé cómo vaya a evolucionar esa sensación en los años siguientes. Pero hoy puedo decir que mis sábados son lindos, con una rutina ñoña por las mañanas, y una tirada de hueva fantástica por las tardes.

Elba Quintero